26 de junio 19 horas Sede de ISTA en Zaragoza. Avda Goya 96. (Reservas en intersindicalista@gmail.com)
Dimas Vaquero. Historiador y maestro.
La llegada de la Segunda República supuso la implantación de un sistema
político que tuvo en la educación uno de sus pilares fundamentales, tanto por la
constatación del abandono en el que estaba, como por la necesidad de plantear en la
práctica profundos cambios en un sentido progresista, dentro de un proyecto más amplio
de creación de un Estado del bienestar, al considerar la educación como un motor de
transformación social, partiendo, eso sí, de los movimientos de renovación pedagógica
que habían comenzado con la Institución Libre de Enseñanza.
Era la reforma estrella del Gobierno republicano, llevar a la praxis un modelo
de enseñanza obligatorio, laico, mixto, inspirado en el ideal de la solidaridad humana
y capaz de acabar con aquella España analfabeta, hambrienta, llena de piojos y con
muchas ansias de saber.
Para hacer el cambio que se necesitaba, el de una escuela anclada en el pasado,
la Constitución de 1931 dedicó tres amplios artículos a la educación, dentro del
Capítulo II, titulado “Familia, economía y cultura”, del Título III, “de los derechos y
deberes de los españoles”. Naturalmente tales cambios no fueron bien recibidos ni por
los sectores más conservadores de la sociedad ni tampoco por la Iglesia y las reacciones
incontroladas entre católicos y sectores reformistas de izquierdas no se hicieron esperar.
La derrota de los ideales republicanos con el triunfo del General Franco en una
guerra incivil, provocó una terrible ola de represión contra el magisterio español, a
quien le puso no solo contra la pizarra a lo largo de los cuarenta años del franquismo, le
llevo al paredón, a juicios sumarísimos suponiendo para muchos/as su condena a
muerte, el ser apartados de la docencia para siempre y a pasar a todos/as por las
Comisiones de Depuración.
Se pasó a una escuela de trompetas y tambores, de cruces y catecismos, de
correajes e himnos, de saludos a la romana y fiestas nacionales. Atrás quedaría en el
olvido intencionado, y por muchos años, la escuela democrática, la escuela activa, la
escuela solidaria y respetuosa con todos, la escuela laica y pública, la escuela creativa e
integradora la escuela que formaba personas libres y de espíritu crítico para creer y
pensar, la escuela integradora, la escuela plural, la escuela investigadora, la escuela de
los maestros como motores y herramientas de transformación de las desigualdades
sociales, donde “el maestro era el alma de la escuela”.
La nueva educación impuesta por el franquismo debía borrar todos los aspectos
de renovación y avance educativos, además de formar leales y entregados súbditos de la
nueva España que se estaba construyendo.
Dimas Vaquero